El Cisma de Occidente - Siglo XIV
Fue denominado así a una etapa en la historia de la iglesia católica, en donde se presentó una crisis de carácter religiosa, en la cual tres obispos se disputaban la máxima autoridad de la iglesia, hecho que afectó a toda la comunidad cristiana católica en el mundo, es considerado como uno de los episodios más tristes en la historia del cristianismo, éste tuvo lugar entre los años 1378 y 1429 posterior a la muerte del papa Gregorio XI.
Una época, tres papados |
El P. Antonio Rivero, autor del libro Historia de la Iglesia (2014) explica muy bien este acontecimiento en la historia de la Iglesia Católica. A continuación, lo sucedido en el siglo XIV respecto al cisma de occidente:
El papado en Aviñon (1309-1377)
Clemente V, electo papa en 1305, estableció su residencia en el sur de Francia. A él le siguieron Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Inocencio VI, Urbano V, Gregorio XI. Los romanos hablaban de la cautividad de Babilonia. No es exacto decir cautiverio ni exilio, pero sí refugio.
Causa del traslado a Aviñon:
- Deseo de alejarse de la órbita de los emperadores alemanes, pero cayeron bajo el dominio del rey francés.
- En Roma había un clima de violencia y saqueo, en el que peligraban la paz, la libertad y hasta la misma vida de los papas.
- En Aviñon no había anarquía, ni luchas callejeras. Había paz y buena administración.
Cosas positivas:
- No habían inconvenientes para la dirección de la iglesia: ciudad era tranquila y estaba bien situada.
- Era fácil de comunicarse desde allí con toda la cristiandad.
Cosas negativas:
- Buen número de cardenales o eran franceses o seguían los intereses del rey de Francia.
- Mayor parte de los papas que sucedieron en Aviñon eran franceses.
- Supresión de la orden de los templarios mediante un concilio en Vienne por parte del papa Clemente VI bajo la influencia del rey Felipe el Hermoso.
- Aumento de tasas que obispados, abadías y cabildos debían pagan a la Santa Sede.
- Ásperas protestas y deterioro de la imagen de los papas de Aviñón.
Consecuencias: el gran cisma de Occidente (1378-1417)
La cristiandad presionaba para que el papa volviera a Roma. El pueblo de Roma deseaba vivamente que el nuevo papa fuese romano o cuando menos italiano, para evitar que quisiera seguir en Aviñon.
Y así fue. Después de un confuso y agitadísimo cónclave fue elegido papa Urbano VI EL 9 DE ABRIL DE 1378. En él, participó el pueblo romano. En un primer momento la elección del papa Urbano VI fue aceptada por todos, pero no tardaron en surgir tensiones que produjeron un duro enfrentamiento entre el nuevo papa y la mayoría francesa del colegio de cardenales. Entonces los cardenales que constituían esa mayoría abandonaron Roma y declararon públicamente que la elección de Urbano era inválida, por falta de libertad en los electores que habrían obrado coaccionados por las amenazas del pueblo romano.
En ese mismo año, ese grupo de cardenales se reunió en la villa de Fondi y procedió a una nueva elección: Clemente VII. Urbano VI envió tropas contra el nuevo elegido, que se salvó refugiándose en Aviñón, y poniendo su sede en esa ciudad francesa. Empezó así el cisma de occidente que mantuvo la Iglesia dividida durante 40 años, entre partidarios del papa de Roma, Urbano VI, y partidarios del papa de Aviñón, Clemente VII. ¡Dos papas! La indignación fue profunda entre los fieles que veían cómo sus pastores luchaban vergonzosamente por un poder que se había convertido sólo en temporal y que consistía únicamente en intereses materiales.
Eran partidarios del papa de Roma: Italia, Alemania, Polonia, Inglaterra y Hungría; y los partidarios del papa de Aviñón: Francia, España, Portugal y otras partes de Europa. Era tal el desconcierto y la incertidumbre de quién era el verdadero papa que incluso muchos espíritus profundamente religiosos, que obraban co indudable rectitud y sincero afán de fidelidad a la Iglesia, estaban divididos: unos, acataban al papa de Aviñón, por ejemplo, san Vicente Ferrer; y otros, obedecían al papa de Roma, por ejemplo, santa Catalina de Siena. ¡Esto muestra hasta qué punto el cisma había sembrado la confusión en las conciencias de los fieles!
Urbano VI estableció que el Jubileo fuera en el año 1390, pero no llegó a verlo porque murió un año antes. Nadie lloró por él, de tan fuertes y numerosas que habían sido las enemistades y las antipatías que él se había creado. A Urbano VI le sucedió en Roma Bonifacio IX, que intentó hallar una solución a la vergonzosa situación que se había creado en la Iglesia, solicitando un acuerdo con el antipapa Clemente VII, que estaba en Aviñón. Pidió también la intervención del rey de Francia, Carlos VI, pero no tuvo ningún resultado. Mientras tanto, Clemente VII murió, y en su lugar fue elegido el español Pedro de Luna, que adoptó el nombre de Benedicto XIII. Este se reveló aún más hostil que el anterior e igual de seguro de su propia legitimidad. Rehusó por lo tanto cualquier negociado y propuesta de mediación y conciliación ofrecida por Roma.
Bonifacio IX estableció y celebró en Roma el jubilio de 1400, que movió una gran cantidad de peregrinos, hasta el punto que provocó la peste que se difundió rapidamente. A pesar de la gran reconciliación propuesta por el jubileo, la discordia entre Roma y Aviñón siguió y se recrudeció. Hay que imputar a Bonifacio IX, el papa de Roma, un comportamiento por lo menos dudoso: utilizó las indulgencias y los beneficios eclesiásticos para conseguir fuertes cantidades de dinero que necesitaba, estableciendo tarifas muy elevadas y ofreciéndolos sin tener en cuenta las cualidades de las personas que se beneficiaban. Bonifacio IX murió a los 45 años, no amado por el pueblo que en dos ocasiones se le había rebelado, y fue enterrado en san Pedro.
A Bonifacio IX le sucedió Inocencio VII, que nunca trató de establece un verdadero diálogo con el otro papa, Benedicto XIII. Mostró más bien una completa intransigencia. Se encargó en cambio de reconciliar a las dos potentes familias romanas de los Colonna y de los Savelli, con el objetivo de dar un poco de tranquilidad a la ciudad de Roma. Durante una audiencia concedida a 16 delegados del pueblo, puesto que estos empezaban a adoptar una actitud amenazadora, un sobrino del Papa mató a once de ellos, arrojando sus cuerpos a la calle. El pueblo se levantó, obligando a Inocencia VII a refuegiarse en Viterbo, de noche, con la corte. Pudo regresar a Roma sólo al año siguiente. Murió a los pocos meses de regresar a Roma.
Le sucedió Gregorio XII, que se comprometió en abandonar la tiara papasi hacía lo mismo Benedicto XIII en Aviñón. Y exactamente lo mismo prometió el antipapa. Pero ninguno de los dos cumplió lo prometido. Entonces el colegio de los cardnales, que se había reunido en Pisa, decidió poner término a la contienda, deponiendo a ambos y eligiendo a un nuevo papa, que adoptó el nombre de Alejandro V. El resultado fue que hubo tres papa al mismo tiempo, y cada uno de ellos pretendía ser el legítimo. Alejandro V murió pronto (1410). En su lugar fue elegido Juan XXIII.
Este estado de cosas, la coexistencia de tres papas, duró desde 1409 hasta 1417, año de la conclusión del Concilio de Constanza que, confirmando las decisiones de Pisa, depondría a los tres papas e impondrían a Martín V, llamada cardenal Colonna. El único que aceptó la decisión del concilio fue Gregorio XII. Benedicto XIII siguió considerándose papa hasta la muerte; Juan XXIII, al que se le consideraba peligroso, fue encarcelado y aislado en carios castillos alemanes, de los que de todas maneras consiguió fugarse. Acudió al nuevo Papa Martín V para pedir protección, y este se la concedió, y le permitió incluso sentarse en el sagrado colegio en un escaño más alto que los demás. Juan XXIII murió poco después. Gregorio XII, tras la renuncia, se retiró en Recanati donde murió en 1417.
Saco una conclusión obvia de este período triste de nuestra historia de la Iglesia. Un imperio temporal hubiera sucumbido con todo este desbarajuste; sin embargo, el papado demostró su indestructibilidad, porque está fundado sobre roca firme y la Iglesia es conducida y guiada por el Espíritu Santo, a través de hombres y a pesa de los hombres de Iglesia.
Respuesta de la Iglesia
"¿Por qué, Señor, permitiste el cisma de occidente...?"
El cisma de occidente puso de manifiesto la triste postración en que se encontraba la Iglesia. Por todas partes se sentía la necesidad de una renovación, de una reforma de toda la Iglesia, que comenzara desde su cabeza y terminara en sus miembros. Pero faltaba la resuelta voluntad de acometerla en aquellos mismos que expresaban este anhelo, e incluso en los mismos papas.
El periodo aviñonés afrancesó a la Iglesia y la curia perdió su universalidad. La misma autoridad del papado quedó profundamente minada. Los datos estadísticos correspondientes al periodo aviñonés hablan por sí solos: fueron franceses los siete papas que se sucedieron en esa ciudad, y de los 134 cardenales creados durante estos pontificados 113 eran franceses. Por eso, el pontificado de Aviñón imprimió a la Iglesia Católica unos rasgos acusadamente particularistas, que contradecía el carácter universal o católico con que Cristo la fundó.
Ciertamente la curia en Aviñón fue muy eficaz. Pero cayó en una evidente voracidad tributaria. En su fiebre recaudatoria llegó hasta el extremo de exigir a los herederos las tasas adeudadas por beneficiarios ya difuntos, y a imponer penas canónicas para forzar el pago de los morosos.
Otros plaga de esta época fue el ausentismo de muchos eclesiásticos. Buscaban ser titulares de obispados, abadías y otras instituciones, para recibir sus beneficios, pero sin presentarse en ellos más que esporádicamente. Preferían estar en las cortes reales o en la curia pontificia, donde las posiblidades de enriquecimiento y de influjo eran numerosas. Incluso se daba la acumulación de títulos y beneficios.
Otra nota negativa de esa época fue el modo como fue suprimida la orden de los templarios. Fue un escándalo y pesa como una losa sobre la memoria del papa Clemente V. Convocó el concilio de Vienne113 para resolver el asunto, pero como las presiones del rey Felipe fueron en aumento, claudicó y suprimió la orden en 1312, hecho del que se arrepintió hasta su muerte en 1314.
Pero a pesar de todo, Dios mandó a dos santas, santa Brígida de Suecia y a santa Catalina de Siena que le recordaban al papa su deber como Pastor universal y le urgían volver a Roma, donde estaba el centro de la Cristiandad.
¿Por qué sucedió el cisma? Sólo Dios permitió esta tremenda crisis en la Iglesia para demostrar que a pesar de todo Él seguía conduciendo la barca de Pedro a buen término. Fallan los hombres, pero no la Iglesia. La Iglesia es santa porque su fundador, Cristo, es santo. La Iglesia sigue adelante, a pesar de todos los avatares.
“...Contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando”...
En un tiempo en que la muerte estaba de moda, como vimos, su recuerdo aparecía lleno de enseñanzas provechosas para el cristiano. Y la Iglesia aprovechó para predicar a fondo sobre las realidades últimas, las verdades eternas, lo que también llamamos “novísimos”. Una lección de la verdadera sabiduría, de justa valoración de la vida terrena podría aprenderse en este tiempo. Así los expresó Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre. La muerte llega a todos. La muerte la gran niveladora:
“que a papas y emperadores
y perlados
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados”
Por esta época la iglesia incorporó a la liturgia de difuntos la secuencia “Dies irae” (el Día de la ira), de Tomás de Celano, y se popularizaron las “artes moriendi” –artes de bien morir-, para uso de los fieles cristianos.
La experiencia de la peste y de la muerte fue aprovechada por la Iglesia para inculcar una más profunda religiosidad en el pueblo cristiano. El resultado de todo esto fue una piedad más interior, una devoción más sentida, una mayor sensibilidad ante los misterios de la pasión y muerte de Cristo.
Fruto de esto fueron las escenificaciones de la pasión de Cristo que conmovían profundamente a las multitudes que las presenciaban. Se difundió también la práctica del Via Crucis y hasta los cortejos de flagelantes, iniciados a raíz de la peste negra. Creció también la devoción a la Santísima Virgen, y sobre todo aumentaron las manifestaciones de culto al Santísimo Sacramento.
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