1. La Conversión y las Prácticas Cuaresmales


En el siguiente video "Convesión es cambio" nos presentan una reflexión propiamente del tiempo de cuaresma para pensar la conversión como el camino diario del seguimiento de Jesús.





El video es muy claro, conciso y muy significativo. Pero también es importante conocer con un poco de profundidad lo que la Iglesia enseña respecto a la conversión.



1. ¿Qué es la conversión?

La conversión es una buena nueva, un evangelio. No es simplemente una llamada al cambio, elemento común de todas las religiones, sino que Dios se convierte al ser humano, hasta convertirlo. Es una oferta de gracia, un don del Dios Misericordioso, no tanto un esfuerzo nuestro, es un amor primero que hace cambiar. Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él (1 Jn 4,8). 

El tema de un Dios que convierte, es el de su misericordia (Ex 34,6; Sal 103,8), que convierte y transforma a Israel, su pueblo amado y elegido. La describe desde su elección e infidelidad a la alianza (Sal 51). Israel descubre a su Dios como Padre, liberador, redentor, amigo, aliado, esposo. Un Dios Misericordioso al que Israel puede acogerse (Os 11,1). Pese a que Israel se apartó muchas veces de Dios, el Señor le sale al encuentro para salvarlo, perdonarlo, reconstruirlo, sanarlo, a veces castigarlo y corregirlo como un padre con sus hijos. 

Jesús es el rostro misericordioso de Dios que invita a la conversión, y la suscita (temática de san Lucas; cf. Heb 1,1- 2). Es la encarnación misma de la misericordia y bondad de Dios, en ámbito celebrativo, de compartir y perdonar. Jesús encarna la conversión de Dios. 

En sus aspectos morales, convertirse es romper con el pecado y la injusticia, es abrirse a la gracia y a la salvación, es descubrir la misericordia de Dios, es reorientar la vida hacia los demás, en gratuidad. En sus aspectos cristológicos, es seguir a Cristo, amarlo, tenerlo como criterio fundamental, sintonizar con él, vivir como él, en sus actitudes vitales, ser como Jesucristo, imitarlo, como lo hizo san Pablo y los santos a los largo de la historia de la Iglesia. Es una propuesta alegre, en clave de banquete y fiesta, como en el caso de Zaqueo (Lc 19,1-10). 

Es una conversión eclesial y sacramental, que se hace visible en los sacramentos del Bautismo, sacramento fundamental y primario de la conversión, de la incorporación a Cristo y a la Iglesia, que nos configura a Él (Rom 6) y nos regenera; en la Eucaristía, que es alimento de los convertidos y de conversión en Cristo y de comunión con los hermanos en la Iglesia. Y por supuesto, con el sacramento de la reconciliación, en donde se nos otorga el perdón y donde la misericordia de Dios se hace visible y concreta en la celebración de este sacramento.


2. La conversión en el Catecismo de la Iglesia Católica

El Catecismo de la Iglesia Católica explica lo referente a la conversión en los siguientes numerales: 160, 385, 442, 545, 591, 597, 639, 821, 981, 1036, 1041, 1072, 1098, 1206, 1229,1248, 1375, 1422 ss., 1427 ss., 1470, 1472, 1502, 1637, 1792, 1848, 1856, 1886 ss., 1963, 1989, 1993, 1999, 2092, 2581 ss., 2608, 2708, 2731, 2784, 2795.

Sin embargo, para este año lectivo citaremos los que salen a continuación: 

1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía “el tiempo favorable, el tiempo de salvación”. Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la “bienaventurada esperanza” de la vuelta del Señor que “vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos lo que le hayan creído”.

1422 “Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones”.

1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho “santos e inmaculados ante él”, como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es “santa e inmaculada ante él”. Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: “Entrar por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran”.

1502 El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación. La enfermedad se convierte en camino de conversión y el perdón de Dios inaugura la curación. Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad de Dios, según su Ley, devuelve la vida: “Yo, el Señor, soy el que te sana”. El profeta entrevé que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los demás. Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad.

1792 El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.

1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: “Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca”. Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior”.

2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insite en la conversión del corazón: la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar, el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores, orar al Padre “en lo secreto”, no gastar muchas palabras perdonar desde el fondo del corazón al orar, la pureza del corazón y la búsqueda del Reino. Esta conversión se centra totalmente en el Padre; es propio de un hijo.

2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de Cristo”, como en la “lectio divina” o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él.


3. La conversión en la historia del pueblo de Israel


La Historia de la Salvación empieza desde Abraham. Desde el origen podemos observar cómo el hombre (varón y mujer) sucumbe ante el engaño del demonio y duda del amor de Dios. El pecado trae consecuencias pero Dios no deja la historia así; Él la va a preparando. 

En las figuras de Caín y Abel observamos cómo el mal crece en la humanidad, hasta al punto de llegar a asesinato entre hermanos. Es por ello que Dios, proximamente, utiliza com instrumento de salvación a Noé para que gracias a la construcción del arca puedan sobrevivir los seres vivientes de la tierra: los animales y solamente Noé, sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos. Es así como Dios, por medio del diluvio, que es la prefiguración del Bautismo, hace una nueva creación en la humanidad. Donde el agua señaló el fin del pecado y el inicio de la vida nueva, pero no de manera definitiva. No en su plenitud.

Posteriormente, en Abraham, Dios establecerá nuevamente una Alianza con su máxima creación prometiendo una descendencia heredera de esta Alianza. Fruto de esa Alianza es Isaac que, debido al amor excesivo por parte de Abraham hacia su hijo, Dios pide sacrificar. Sin embargo, al ver Dios en Abraham e Isaac la fe, pide a Abraham no sacrificar a su hijo, sino a un carnero que se encontraba trabado por los cuernos en un zarzal. Este carnero es una prefiguración de Jesucristo.

En el tiempo en que Israel es sacado de Egipto, Dios los conduce al desierto con un sentido purificador y con la intención de que el pueblo conozca lo que hay en su corazón. Lo que sale del corazón de Israel es la idolatría, el asegurarse de otros dioses aún habiendo visto cómo Dios los sacó de la esclavitud a la libertad con un brazo fuerte, haciéndolos pasar el Mar Rojo y ahogando en él a los mejores capitanes de Egipto. Por esta razón, estos hombres no llegan a la Tierra Prometida, sino que quienes entran y conquistan la Tierra Prometida son los de la siguiente generación. Dios vuelve a hacer una Alianza con el pueblo, presentando las Tablas de la Ley: el Decálogo.

Al entrar a la Tierra Prometida, Dios ayuda al pueblo en su crecimiento llegando a formar una monarquía. Sin embargo, la idolatría vuelve a nacer en el corazón de Israel al buscar ser como las demás civilizaciones como los Persas, y sintiendo una seguridad por tener el Templo. Durante estos sucesos, Israel contaba con la presencia de profetas que eran personas que recordaban al pueblo la Alianza hecha por Dios desde la liberación de Egipto. Mostraban el amor de Dios hacia Israel como el amor de un novio a una novia: el amor esponsal; y denunciaba también a Israel como la novia infiel. 

Debido a que Israel hacía oídos sordos a las llamadas de los profetas, Dios suscita una deportación a Babilonia, un exilio. Donde el pueblo se queda sin tierra y el Templo, que era lo más preciado para ellos por el culto, es destruído.

Este acontecimiento es uno de los más importantes en la historia del pueblo de Israel porque está presente la pedagogía de Dios. La pedagogía de amor de Dios para con el pueblo en medio de los acontecimientos tan devastadores y difíciles. Pues en medio de estos acontecimientos, Dios continuó hablando a través de los profetas que anunciaban la venida de un Salvador, un Mesías.

En toda esta historia podemos ver un claro ejemplo del actuar de Dios frente al pecado. Siempre ha sacado vida de la muerte que el pecado había sembrado, y de todo mal que nuestros ojos pueden observar, él ha sacado un bien. De esta manera la llamada a la conversión de Dios hacia la humanidad se ha visto desde los orígenes; en cada acontecimiento de la historia del pueblo de Israel que se ha narrado. 

El sentido salvífico de la conversión en el pueblo de Israel y la Iglesia ha estado presente no solo en el tiempo y la historia, sino que también se ha dado en espacios físicos y geográficos. Uno de ellos, muy imporante y significativo, es el desierto, donde Dios ha vivido muy cercana e íntimamente con el pueblo hebreo. 

El llamado a la conversión en nuestra vida está también muy relacionado al desierto en que vivimos; es decir, a los acontecimientos en donde nos nace ser infieles a Dios con nuestros ídolos, dudar de su amor, de su presencia en nuestras vidas hasta negarla. También en las situaciones donde buscamos andar sin Dios.








LAS PRÁCTICAS CUARESMALES



La Iglesia en el tiempo de la Cuaresma, nos pide el ayuno el Miércoles de Ceniza y en Semana Santa el ayuno del Viernes Santo, recomendando el ayuno pascual el Sábado Santo. Vamos a ver la razón de ayuno, que, en la práctica, puede tener varias dimensiones: 

Un ayuno ascético, de verdadera penitencia: refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo nuestro Señor (Prefacio IV de Cuaresma). Educa los impulsos, marca la justa medida de la naturaleza humana, una cierta mortificación necesaria, en la cual se reconoce la santidad de Dios y la propia fragilidad, liberación de la tiranía de las pasiones, una templanza cuaresmal necesaria, liberación de la concupiscencia desordenada. 

Un ayuno místico o espiritual. El del Viernes y Sábado Santo. Si Cristo está muerto (el novio, los discípulos, sus amigos, ayunan, según Mc 2,18-22), su esposa, la Iglesia, ayuna, por el amor. Privados del cuerpo del Señor, nos privamos de los alimentos de la mesa (la Iglesia no celebra la Eucaristía ni el Viernes ni el Sábado Santos). Por eso, terminada la celebración de la misa del Jueves Santo, de la Cena del Señor, los cristianos ayunan hasta la Vigilia Pascual. Consiste en omitir las comidas habituales, como el desayuno, la cena o el almuerzo, para velar... Solamente se toman líquidos (café, té, leche, caldos...), para mantener el temple de un ayuno amoroso y gratuito. En la práctica, no siempre se hace de manera tan severa como describimos acá. 

Pero la Iglesia los considera sagrados y recomendables, debe celebrarse este ayuno pascual el Viernes Santo y, según las circunstancias, extenderse hasta el Sábado Santo, de modo que se llegue al gozo del domingo, con el espíritu elevado y abierto (SC 110). 

Y hay un ayuno de caridad y de justicia, para compartir con el prójimo. Lo que cada uno sustrae a sus placeres, lo dé a favor de los débiles y de los pobres..., decía san León Magno en un sermón cuaresmal. De allí que todo aquello que podamos compartir con ellos, es muy laudable. Hacer campañas de recolección de víveres, como servicio a los pobres. Una Cuaresma de caridad, dando de nuestro dinero o de los bienes, para socorrer a los necesitados, en la línea de la tradición profética más pura: parte tu pan con el hambriento, ayunar dejando libres a los oprimidos, hospedar a los pobres sin techo, romper todos los yugos, y no eludir al que es de tu propia carne (Is 58,1-10). 

Lo mismo si hablamos de la abstinencia de carne los Viernes de Cuaresma: la carne en la tradición de la Iglesia, pero que podrían ser otros alimentos y otras cosas... ayunar del uso excesivo de las redes sociales, de ver tanta tele, pero, en especial, de abstenernos del hombre viejo, del pecado. Ayunar por ayunar no tiene sentido, pues lo podemos hacer aún por razones de dieta, de salud. El ayuno principal es el ayuno del mal. Si uno no come carne, pero come la carne del prójimo, de nada sirve...; si sacamos de la billetera unas monedas para la limosna, pero no sacamos el odio que llevamos dentro, la soberbia, el materialismo y la desobediencia, no avanzamos mucho en Cuaresma. 

Ayunar o abstenernos de la carne, es signo de conversión y nada más, es la vuelta a Dios, a lo esencia que es el Señor. Habría, pues, que meditar de qué vamos a ayunar en estos días: de la sociedad de consumo, del modelo de vida en que vivimos, de andar comprando en exceso, de ciertas diversiones, que nos lleven a entender que renunciamos a lo que no es Cristo en la vida, para convertirnos a Dios y a sus caminos, para estar más libres en el seguimiento de Jesús. 

Ahora bien, las prácticas penitenciales de la Cuaresma, como la abstinencia de la carne, pueden ser sustituidas por la oración, ciertos ejercicios de piedad, tanto individual como comunitariamente, como la participación en la Eucaristía, la lectura de la Palabra de Dios, el rezo del santo rosario o el vía crucis, o ciertas mortificaciones voluntarias, por ejemplo, no comer demasiado, las obras de caridad, visita a los enfermos, en fin, que todo ello nos lleve a una auténtica piedad, y no hacerlo por hacerlo, como la piedad legalista de los fariseos, en tiempos de Jesús (Mt 6,1-8.16-17). 

La limosna en este tiempo viene a ser un gesto de solidaridad con los pobres, no sólo con asistencialismo, dándoles de nuestro dinero, o simple beneficencia, sino defendiendo su causa y comprometiéndose con los que tienen “espíritu de pobre”, los bienaventurados del Evangelio. No es dar sobras, sino desprendimiento de algo necesario, de algo propio. De lo contrario no hay conversión, ni reconocimiento del otro. Recordemos que la limosna en Cuaresma, es la misericordia compartida. 

Y la oración, que es, por así decirlo, la salsa de la Cuaresma, que ojalá se realice con mucha lectura de la Palabra de Dios. Oración personal y comunitaria. Aprovechar los momentos, los medios y los espacios que la Iglesia nos ofrece: el vía crucis, dentro de las devociones populares, la celebración de los sacramentos cuaresmales (Bautismo, Penitencia, Eucaristía), las celebraciones de la Palabra, las Horas Santas, etc. En lo posible, la celebración de la Liturgia de las Horas. 

Sacar espacios para la oración sosegada y tranquila, participar en algún retiro de vida espiritual, la lectura de un libro de vida espiritual, hacer la experiencia del desierto, que en estos días explicábamos. En fin, una oración intensa, que, incluso, la podemos meditar y poner en práctica, desde lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, sobre la oración cristiana, en su IV Parte. Es todo un tratado de oración muy valioso, que podemos aprovechar en este tiempo de Cuaresma. 

Porque la oración llama, el ayuno intercede y la misericordia recibe. El ayuno es el alma de la oración y la misericordia es la vida del ayuno. Quien ora que ayune, quien ayune que se compadezca, que preste oídos a quien le suplique aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los ojos al que le suplica (San Pedro Crisólogo, sermón 43. Oficio de lectura - Martes III Semana de Cuaresma). 

De todo ello, seguiremos escuchando en la Palabra de Dios y en la liturgia de estos días cuaresmales. Que la oración, el ayuno y la limosna, sean los resortes en que se sostenga nuestra vida espiritual, como preparación cuaresmal a la Pascua.


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